Ora et labora. Así llevan en Segovia, desde hace más de cinco siglos, las clarisas del convento de Santa Isabel. Orando y trabajando en silencio. Vivían de esa manera en su primera casa, fundada en 1486 gracias a una bula del papa Inocencio VIII, y así continúan hoy en su actual convento, situado en el barrio de Santa Eulalia (calle Santa Isabel 15).
“Nuestra misión principal —sostiene su abadesa, sor Pilar—, es vivir el Evangelio de Jesucristo”. De ahí su actividad central, “nuestro oficio”, la oración. “Rezamos por todos, no dejamos a nadie fuera… porque nadie queda fuera del corazón de Dios”, agrega. La oración es, según dicen, la forma que han elegido de ser fecundas para la humanidad. Y niegan, una y otra vez, que la vida contemplativa sea tiempo perdido. “Es una búsqueda de la verdad más profunda, que nos permite escuchar el murmullo suave de Dios y sacar de ahí fuerza para amar”, explica sor Pilar.
Desde que una mujer llamada María del Espíritu Santo instituyó en el siglo XV esta comunidad de monjas de clausura, a la que pronto se unieron numerosas damas piadosas de Segovia, todas las hermanas han dedicado parte de su quehacer diario a algún trabajo artesanal con el que sufragar los gastos del convento. Sus labores siempre fueron acordes a cada momento histórico. Durante los últimos años, las clarisas de Santa Isabel elaboraban gasas para hospitales. Hasta que ese trabajo falló. Y entonces, la comunidad tuvo que reconvertirse. “Nos planteamos comenzar a hacer dulces”, recuerda ahora sor Pilar. Dicho y hecho. En un santiamén, las monjas de clausura se pusieron manos a la obra. ¿De dónde proceden sus recetas?. “Algunas estaban en Internet y otras han sido facilitadas por diversos conventos de clarisas que nos han ayudado a dar los primeros pasos”, explica la abadesa.
En la pasada Navidad, y con todos los permisos ya concedidos por parte de las autoridades competentes, estas religiosas comenzaron a comercializar sus productos, entre los que destacan las “Delicias de Santa Clara”. Pero su oferta es mucho más amplia. Magdalenas, bizcochos borrachos, tejas, cocadas, empiñonadas, pastas de té, polvorones, amarguillos, empanadas, tarta de manzana, tarta charlota, ponche segoviano… “Solo utilizamos productos naturales, de calidad, sin aditivos ni conservantes”, advierte sor Pilar, que también revela que, mientras preparan los dulces, “oramos por cuantas personas van a degustarlos”. “Nos agrada pensar en los hogares en que estaremos presentes”, comenta.
De las doce hermanas que integran la pequeña comunidad, el protagonismo en el obrador ha recaído, principalmente, en las cuatro más jóvenes, llegadas al convento de Santa Isabel hace casi 18 años desde la India. Sus buenas manos en el arte de la repostería han sido fundamentales para que en apenas dos meses las exquisiteces cuidadosamente preparadas hayan logrado una magnífica aceptación entre el público.
La venta de los productos en el viejo torno del convento está permitiendo además a las monjas otro de sus anhelos, el de evangelizar a cuantas personas acuden a comprar. Por otra parte, sor Pilar aconseja a los clientes que, cuando vayan a la casa de las religiosas, aprovechen la ocasión para visitar su iglesia, “una auténtica joya”, a pesar del gran desconocimiento que existe sobre ella en Segovia. En el templo, levantado a mediados del siglo XVI, destaca, por encima del resto de obras de arte, su reja, datada en el año 1507. “Es la reja plateresca más antigua de España; procede de la antigua Catedral de Segovia”, indica la abadesa.
Ilusionada con la nueva andadura iniciada por estas clarisas segovianas, sor Pilar espera que la dedicación de las monjas a la repostería no entorpezca el diálogo continuo de Dios con la comunidad, dado que, como recalca, “en el centro de nuestra vida debe estar Jesucristo”.
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