Hubo un tiempo en el que los de Pinillos considerábamos un insulto a nuestro pueblo dar el tratamiento de “arroyo” al río Polendos. Quien tuviera ese atrevimiento menospreciaba a las raíces de todos los pinillenses. El Polendos era —y es— nuestro vecino más ilustre, el más respetado. Se lo ha ganado a pulso. Durante los últimos nueve siglos regaló vida a su entorno. Él fecundó estas tierras. Su protagonismo se perpetuó, sin atender épocas históricas. Cualquier vecino puede reseñar un sinfín de vivencias asociadas al Polendos. Yo mismo, si revuelvo entre mis recuerdos de niñez, me descubro viendo a mi abuela Gaudencia lavar la ropa en el río, mientras mi abuelo Bernardo intentaba entretenerme con los cangrejos que sacaba, a mano, del cauce. Ya de adolescente, aprendí a pescar en él y, como todos los de mi generación, también a nadar, en “el Bodón”. ¡Y cómo no acordarme de las ríofiestas disfrutadas siendo veinteañero!. El Polendos, siempre presente; digo.
Hace poco más de un mes, a finales de septiembre, me encaminé aguas arriba del Polendos, hacia la presa de Cabañas, en busca de moras, antaño muy abundantes por ese paraje.
Se me cayó el alma a los pies. El Polendos, mal que nos pese a los pinillenses, agoniza. Se ha convertido en una corriente de agua intermitente. En invierno su caudal no es escaso. Pero en verano se seca. La constatación de este hecho me produjo una honda tristeza. Éste no parece el Polendos que yo conocí.
Pero vayamos por partes.
La presa de Cabañas es hoy una ruina, prácticamente inaccesible por la maleza que rodea a esta vieja infraestructura, merecedora de su inclusión en el listado de bienes protegidos. Si se exceptúa la iglesia de San Pablo, la presa de Cabañas (y la cacera que desde ella parte) es la mayor obra pública construida jamás en Pinillos. No me extenderé en su historia, pero sí diré que el 3 de julio de 1742, los vecinos de Pinillos se reunieron “al son de campana tañida, como tienen por costumbre” para dar poder a sus dos alcaldes, Simón de Roda y Manuel Cuadrado, quienes realizaron seguidamente las gestiones oportunas ante el marqués de Quintanar para levantar esa presa. Sus dimensiones debían ser “sesenta pies en largo y cuarenta y cinco de ancho y diez y siete de alto”. 269 años después, no debemos permitir que desaparezca.
El estado de la presa no es el único problema. El cauce da pena verlo. “El Bodón” ya no existe como tal. La ausencia de agua en verano se ha llevado por delante a multitud de especies. No hay bermejas ni tampoco ranas. Por no quedar, no quedan ni siquiera los casquillos que utilizábamos como cebo natural para pescar.
¿Y qué decir de la ribera?. Necesita urgentemente una limpieza, siempre y cuando el personal encargado de la tarea actúe con sensibilidad medioambiental, respetando las joyas botánicas del Polendos —el grandioso chopo situado junto a “la Fuente” o el sauce de la parte de arriba de la presa de Cabañas, que requeriría de cuatro o cinco hombres para ser abrazado—, pero acometiendo un necesario desbroce. La profusión de arbustos ha derivado en el acenagamiento de un buen número de manantiales de los que bebieron, sin ningún temor, cuantos nos precedieron. Otro ejemplo. Tal es la abundancia de zarzas que se precisa de un buen rato para hallar la “Fuente del Moro”, una construcción pétrea todavía consistente.
No aspiro a que Rajoy y Rubalcaba debatan sobre el problema del Polendos, pero sí creo que las administraciones competentes (Junta y Confederación Hidrográfica del Duero, en especial) deben tomar cartas en el asunto, para revertirlo. Antes de que sea tarde y el Polendos se convierta solo en una bonita estampa de juventud.
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