Mayo ya está maduro. En el santoral del calendario aparecen santa Rita, santa Quiteria y san Urbán, llamados en algunos lugares, como Abades, “los santos quitones”, porque “quitan el pan”. Así que el labrador no deja de mirar al cielo. Sabe que una tormenta puede arruinar su cosecha, y por ello intenta adivinar cuando aparecerá el maldito nublado, para combatirlo. Y la sabiduría popular dice que no hay mejor forma de hacerlo que tocando las campanas, una creencia ya extendida en el siglo XIII y conservada hasta tiempos recientes en la mayoría de los pueblos de Segovia.
Tradicionalmente, el sonido de las campanas era acompañado de breves canciones, repetidas al ritmo de los bronces (“Tente nube, tente tú, que Dios puede más que tú...”). En Rebollo, al acabar el toque, la boca de la campana quedaba mirando a lo alto, posiblemente porque representaba a la “trompeta” de Dios ante cuya música salían huyendo los demonios. Los cambios de costumbres acaecidos en las últimas décadas y la emigración hicieron desaparecer en Rebollo y en muchos otros pueblos, como Olombrada o Aldealázaro, el toque de campanas para ahuyentar los nublados. Pero el arraigo del rito se ha mantenido en lugares como Campo de San Pedro, donde cada día corresponde a un vecino ir a tocar la campana cada vez que se avecina la tormenta. Y el orden del listado sigue cumpliéndose, según dicen los mayores del pueblo.
Curiosamente, la campana de Campo de San Pedro adquirió antaño fama de excelente cumplidora de su tarea, lo que al parecer no hacía gracia a los vecinos de los pueblos del entorno, ya que, según dicho popular, a los de Alconada de Maderuelo “se les arrevolvían los cojones” cada vez que la escuchaban, puesto que era muy posible que el pedrisco acabara cayendo en tierras de su término municipal. En tiempos, también tuvo nombradía la campana de la iglesia de san Miguel, en Maderuelo, y una de Sebúlcor, pueblo al que llamaban “de los brujos” precisamente por sus facultades para, entre otras cosas, deshacer tormentas.
Pero, siendo importante, el toque de campanas no era el único método de protección de las tormentas. Así, a lo largo de la provincia de Segovia hay mil y una creencias al respecto. En Bernuy de Porreros, por ejemplo, los dos miembros más jóvenes de la Hermandad de Santiago cogían agua del río el día de Sábado Santo, y después de ser bendecida por el sacerdote, se repartía entre el vecindario, ya que se consideraba que tenía la facultad de “asustar los nublados”. También el día de Sábado Santo, pero en Mozoncillo, tras salir de la iglesia cada feligrés recogía siete chinas del suelo, que luego eran guardadas como oro en paño. Y cada vez que llegaba la tormenta se tiraba una de aquellas piedrecitas a las nubes, “para desvanecerlas”.
Mientras, los vecinos de Fuentepiñel iban el día de Corpus Christi al río a por espadañas, que luego tiraban por las calles por las que había de pasar la procesión. Y luego volvían a recoger la españada y la guardaban. “Cuando había tormentas se quemaba un poco de esa espadaña para espantarla”, decían algunos vecinos de este pueblo. En otros sitios, como Fuentepiñel, lo que se guardaba era cantueso, y también era quemado al aparecer una tormenta, para alejarla.
Otra forma de deshacer las tormentas era utilizando el tronco “nochebuenero” que se usaba, entre otras localidades, en Gomezserracín. Debía su nombre a que era el que se ponía en Nochebuena en la lumbre baja, donde estaba toda la noche. Y luego, los tizones que quedaban eran cuidadosamente conservados para ser luego echados al tejado de la casa cada vez que llegaba la tormenta.
Entretanto, en Aldeanueva de la Serrezuela tienen una cruz de Caravaca capacitada de desviar nublados. Y hace ya muchos, muchos años, en 1630, los vecinos de Nava de la Asunción instalaron en la veleta de la torre conjuros contra las tempestades, escritos en una vara de angeo. Finalmente, quedaban las estampas. Así, llegaron a ser muy frecuentes las de Nuestra Señora de Nieva, con el siguiente texto: “Esta imagen se venera en el convento de Santo Domingo de Nieva, especial abogada contra las tormentas. Hay pía tradición que donde estuviere esta estampa no caerán rayos ni centellas”.
Y si al final acababa cayendo la tormenta, siempre quedaba el remedio que tomaron los de Pinillos de Polendos, que una vez, hace ya muchos años, sufrieron el pedrisco el día de san Urbán. Y desde entonces sus vecinos decidieron invocar en tal fecha a dicho santo, esperando que por su protección no se repitieran sucesos semejantes.
retazos de segovia
Cuando a Guillermo Herrero Gómez le preguntan qué oficio le gustaría ser, no tiene ninguna duda: afilador. Anhela recorrer esos caminos de Dios aprendiendo de la sabiduría popular y admirando paisajes y monumentos, al tiempo que afila.
domingo, 24 de febrero de 2013
lunes, 11 de febrero de 2013
Clarisas en el obrador
Ora et labora. Así llevan en Segovia, desde hace más de cinco siglos, las clarisas del convento de Santa Isabel. Orando y trabajando en silencio. Vivían de esa manera en su primera casa, fundada en 1486 gracias a una bula del papa Inocencio VIII, y así continúan hoy en su actual convento, situado en el barrio de Santa Eulalia (calle Santa Isabel 15).
“Nuestra misión principal —sostiene su abadesa, sor Pilar—, es vivir el Evangelio de Jesucristo”. De ahí su actividad central, “nuestro oficio”, la oración. “Rezamos por todos, no dejamos a nadie fuera… porque nadie queda fuera del corazón de Dios”, agrega. La oración es, según dicen, la forma que han elegido de ser fecundas para la humanidad. Y niegan, una y otra vez, que la vida contemplativa sea tiempo perdido. “Es una búsqueda de la verdad más profunda, que nos permite escuchar el murmullo suave de Dios y sacar de ahí fuerza para amar”, explica sor Pilar.
Desde que una mujer llamada María del Espíritu Santo instituyó en el siglo XV esta comunidad de monjas de clausura, a la que pronto se unieron numerosas damas piadosas de Segovia, todas las hermanas han dedicado parte de su quehacer diario a algún trabajo artesanal con el que sufragar los gastos del convento. Sus labores siempre fueron acordes a cada momento histórico. Durante los últimos años, las clarisas de Santa Isabel elaboraban gasas para hospitales. Hasta que ese trabajo falló. Y entonces, la comunidad tuvo que reconvertirse. “Nos planteamos comenzar a hacer dulces”, recuerda ahora sor Pilar. Dicho y hecho. En un santiamén, las monjas de clausura se pusieron manos a la obra. ¿De dónde proceden sus recetas?. “Algunas estaban en Internet y otras han sido facilitadas por diversos conventos de clarisas que nos han ayudado a dar los primeros pasos”, explica la abadesa.
En la pasada Navidad, y con todos los permisos ya concedidos por parte de las autoridades competentes, estas religiosas comenzaron a comercializar sus productos, entre los que destacan las “Delicias de Santa Clara”. Pero su oferta es mucho más amplia. Magdalenas, bizcochos borrachos, tejas, cocadas, empiñonadas, pastas de té, polvorones, amarguillos, empanadas, tarta de manzana, tarta charlota, ponche segoviano… “Solo utilizamos productos naturales, de calidad, sin aditivos ni conservantes”, advierte sor Pilar, que también revela que, mientras preparan los dulces, “oramos por cuantas personas van a degustarlos”. “Nos agrada pensar en los hogares en que estaremos presentes”, comenta.
De las doce hermanas que integran la pequeña comunidad, el protagonismo en el obrador ha recaído, principalmente, en las cuatro más jóvenes, llegadas al convento de Santa Isabel hace casi 18 años desde la India. Sus buenas manos en el arte de la repostería han sido fundamentales para que en apenas dos meses las exquisiteces cuidadosamente preparadas hayan logrado una magnífica aceptación entre el público.
La venta de los productos en el viejo torno del convento está permitiendo además a las monjas otro de sus anhelos, el de evangelizar a cuantas personas acuden a comprar. Por otra parte, sor Pilar aconseja a los clientes que, cuando vayan a la casa de las religiosas, aprovechen la ocasión para visitar su iglesia, “una auténtica joya”, a pesar del gran desconocimiento que existe sobre ella en Segovia. En el templo, levantado a mediados del siglo XVI, destaca, por encima del resto de obras de arte, su reja, datada en el año 1507. “Es la reja plateresca más antigua de España; procede de la antigua Catedral de Segovia”, indica la abadesa.
Ilusionada con la nueva andadura iniciada por estas clarisas segovianas, sor Pilar espera que la dedicación de las monjas a la repostería no entorpezca el diálogo continuo de Dios con la comunidad, dado que, como recalca, “en el centro de nuestra vida debe estar Jesucristo”.
“Nuestra misión principal —sostiene su abadesa, sor Pilar—, es vivir el Evangelio de Jesucristo”. De ahí su actividad central, “nuestro oficio”, la oración. “Rezamos por todos, no dejamos a nadie fuera… porque nadie queda fuera del corazón de Dios”, agrega. La oración es, según dicen, la forma que han elegido de ser fecundas para la humanidad. Y niegan, una y otra vez, que la vida contemplativa sea tiempo perdido. “Es una búsqueda de la verdad más profunda, que nos permite escuchar el murmullo suave de Dios y sacar de ahí fuerza para amar”, explica sor Pilar.
Desde que una mujer llamada María del Espíritu Santo instituyó en el siglo XV esta comunidad de monjas de clausura, a la que pronto se unieron numerosas damas piadosas de Segovia, todas las hermanas han dedicado parte de su quehacer diario a algún trabajo artesanal con el que sufragar los gastos del convento. Sus labores siempre fueron acordes a cada momento histórico. Durante los últimos años, las clarisas de Santa Isabel elaboraban gasas para hospitales. Hasta que ese trabajo falló. Y entonces, la comunidad tuvo que reconvertirse. “Nos planteamos comenzar a hacer dulces”, recuerda ahora sor Pilar. Dicho y hecho. En un santiamén, las monjas de clausura se pusieron manos a la obra. ¿De dónde proceden sus recetas?. “Algunas estaban en Internet y otras han sido facilitadas por diversos conventos de clarisas que nos han ayudado a dar los primeros pasos”, explica la abadesa.
En la pasada Navidad, y con todos los permisos ya concedidos por parte de las autoridades competentes, estas religiosas comenzaron a comercializar sus productos, entre los que destacan las “Delicias de Santa Clara”. Pero su oferta es mucho más amplia. Magdalenas, bizcochos borrachos, tejas, cocadas, empiñonadas, pastas de té, polvorones, amarguillos, empanadas, tarta de manzana, tarta charlota, ponche segoviano… “Solo utilizamos productos naturales, de calidad, sin aditivos ni conservantes”, advierte sor Pilar, que también revela que, mientras preparan los dulces, “oramos por cuantas personas van a degustarlos”. “Nos agrada pensar en los hogares en que estaremos presentes”, comenta.
De las doce hermanas que integran la pequeña comunidad, el protagonismo en el obrador ha recaído, principalmente, en las cuatro más jóvenes, llegadas al convento de Santa Isabel hace casi 18 años desde la India. Sus buenas manos en el arte de la repostería han sido fundamentales para que en apenas dos meses las exquisiteces cuidadosamente preparadas hayan logrado una magnífica aceptación entre el público.
La venta de los productos en el viejo torno del convento está permitiendo además a las monjas otro de sus anhelos, el de evangelizar a cuantas personas acuden a comprar. Por otra parte, sor Pilar aconseja a los clientes que, cuando vayan a la casa de las religiosas, aprovechen la ocasión para visitar su iglesia, “una auténtica joya”, a pesar del gran desconocimiento que existe sobre ella en Segovia. En el templo, levantado a mediados del siglo XVI, destaca, por encima del resto de obras de arte, su reja, datada en el año 1507. “Es la reja plateresca más antigua de España; procede de la antigua Catedral de Segovia”, indica la abadesa.
Ilusionada con la nueva andadura iniciada por estas clarisas segovianas, sor Pilar espera que la dedicación de las monjas a la repostería no entorpezca el diálogo continuo de Dios con la comunidad, dado que, como recalca, “en el centro de nuestra vida debe estar Jesucristo”.
Mitad truhán, mitad señor
La vida es un camino imaginario. Cada cual lleva un paso. Unas veces, obligado; otras, elegido. José Luis Marugán ‘Cuchareta’ pudo decidir. Y apostó por gozar con intensidad cada momento. Carpe diem. Sus 67 años darían para escribir un largo libro, de difícil compendio. Si acaso, se resumiría en el estribillo de una vieja canción de Julio Iglesias. Ama la vida y ama el amor, es un truhán y es un señor, alegre, soñador…
Su padre nació en Nava de la Asunción; su madre, en Sepúlveda. A él le tocó venir al mundo en Villafranca del Cid (Castellón), donde el cabeza de familia, guardia civil, había sido destinado. De allí pasaron a los pocos años al cuartel de Revenga, luego al de Cuéllar, a La Granja… Estudió en Segovia, maestría industrial, y después hizo el servicio militar en la Guardia Civil. Su destino parecía ligado a la benemérita, y de hecho ejerció tres años como agente, pero… “ya tenía metido en el cuerpo el deseo de torear”. Durante un tiempo, alternó el tricornio con el traje de luces, siempre con el permiso de su coronel. Hasta que un buen día tomó una decisión, la de ser torero.
Lo llevaba en los genes. Sobrino nieto del torero que elevó a sus más altas cotas la suerte del salto de la garrocha, Aniceto Ajo ‘Cuchareta’ —del que heredó el apodo—, él empezó de becerrista, de ahí pasó a novillero, y en vista de lo difícil que resultaba llegar a figura del toreo, sobre todo para una persona “poco constante”, se dedicó a torear festivales. Su toreo se basaba en el arte de Dámaso González. “Lo que mejor se me daba era matar”, asegura. Toreó durante más de veinte años, por toda España. Incluso cruzó el charco, para lidiar en Ecuador y México. Gozó muchísimo con su oficio, a pesar de que nunca fue un número 1. “Dicen que podía haber llegado lejos”, señala ahora, con nostalgia, recordando la frase que le dijo un conocido crítico taurino cuando se retiró: “Te has ido dejándonos a todos con la miel en los labios”.
‘Cuchareta’ alternó el toreo con otros trabajos. En la época que vivió en La Granja se aficionó a trabajar en las películas que por allí se rodaban. Con 15 años, participó en su primer rodaje, “El príncipe encantado”. En el séptimo arte descubrió otro camino atractivo, que brindaba a un joven como él, ágil y experimentado jinete, múltiples oportunidades. Trabajó de especialista en numerosas películas (“Orgullo y pasión”, “55 días en Pekín”, “La caída del Imperio Romano”, “La batalla de las Ardenas”…). Su progresión en el cine culminó con “El vampiro de la autopista”, película de José Luis Madrid en la que ya no ejerció ni como figurante ni como especialista, sino ocupando un papel, secundario. “No se me daba mal la interpretación, no”, recalca ahora ‘Cuchareta’.
El cine le permitió dar el salto a las telenovelas. Apareció en la más renombrada de aquella época, “Lucecita”. Y en muchas más. “El cielo que nunca vi”, “Simplemente María”, “Como la falsa moneda”… La vida sonreía a ‘Cuchareta’, por entonces considerado un personaje popular. Él seguía compatibilizando el toreo, el cine… y en verano, a Marbella. En los años 70 se produjo la eclosión de Marbella. Y, como no podía ser de otra forma, allí estaba ‘Cuchareta’, en primera línea, junto a Jaime de Mora y Aragón, el príncipe Alfonso de Hohenlohe… ‘Cuchareta’ fue relaciones públicas de la famosísima discoteca “La Llave”. Entabló amistades con personajes la jet set. En esos ambientes se desenvolvía como pez en el agua. Allí forjó su imagen de playboy. La revista “¡Hola!” dio fe de algunas de sus conquistas. Entre sus amores (reconocidos) figuraron Linda Christian (segunda mujer de Tyrone Power) y Teresita de Gante… Todavía hoy, ‘Cuchareta’ y su íntimo amigo Máximo Valverde —de trayectorias paralelas— suelen discutir cuando hablan de amores. “Él dice —asegura ‘Cuchareta’— que ha tenido más novias que yo, pero es mentira, yo le gano”.
Su padre nació en Nava de la Asunción; su madre, en Sepúlveda. A él le tocó venir al mundo en Villafranca del Cid (Castellón), donde el cabeza de familia, guardia civil, había sido destinado. De allí pasaron a los pocos años al cuartel de Revenga, luego al de Cuéllar, a La Granja… Estudió en Segovia, maestría industrial, y después hizo el servicio militar en la Guardia Civil. Su destino parecía ligado a la benemérita, y de hecho ejerció tres años como agente, pero… “ya tenía metido en el cuerpo el deseo de torear”. Durante un tiempo, alternó el tricornio con el traje de luces, siempre con el permiso de su coronel. Hasta que un buen día tomó una decisión, la de ser torero.
Lo llevaba en los genes. Sobrino nieto del torero que elevó a sus más altas cotas la suerte del salto de la garrocha, Aniceto Ajo ‘Cuchareta’ —del que heredó el apodo—, él empezó de becerrista, de ahí pasó a novillero, y en vista de lo difícil que resultaba llegar a figura del toreo, sobre todo para una persona “poco constante”, se dedicó a torear festivales. Su toreo se basaba en el arte de Dámaso González. “Lo que mejor se me daba era matar”, asegura. Toreó durante más de veinte años, por toda España. Incluso cruzó el charco, para lidiar en Ecuador y México. Gozó muchísimo con su oficio, a pesar de que nunca fue un número 1. “Dicen que podía haber llegado lejos”, señala ahora, con nostalgia, recordando la frase que le dijo un conocido crítico taurino cuando se retiró: “Te has ido dejándonos a todos con la miel en los labios”.
‘Cuchareta’ alternó el toreo con otros trabajos. En la época que vivió en La Granja se aficionó a trabajar en las películas que por allí se rodaban. Con 15 años, participó en su primer rodaje, “El príncipe encantado”. En el séptimo arte descubrió otro camino atractivo, que brindaba a un joven como él, ágil y experimentado jinete, múltiples oportunidades. Trabajó de especialista en numerosas películas (“Orgullo y pasión”, “55 días en Pekín”, “La caída del Imperio Romano”, “La batalla de las Ardenas”…). Su progresión en el cine culminó con “El vampiro de la autopista”, película de José Luis Madrid en la que ya no ejerció ni como figurante ni como especialista, sino ocupando un papel, secundario. “No se me daba mal la interpretación, no”, recalca ahora ‘Cuchareta’.
El cine le permitió dar el salto a las telenovelas. Apareció en la más renombrada de aquella época, “Lucecita”. Y en muchas más. “El cielo que nunca vi”, “Simplemente María”, “Como la falsa moneda”… La vida sonreía a ‘Cuchareta’, por entonces considerado un personaje popular. Él seguía compatibilizando el toreo, el cine… y en verano, a Marbella. En los años 70 se produjo la eclosión de Marbella. Y, como no podía ser de otra forma, allí estaba ‘Cuchareta’, en primera línea, junto a Jaime de Mora y Aragón, el príncipe Alfonso de Hohenlohe… ‘Cuchareta’ fue relaciones públicas de la famosísima discoteca “La Llave”. Entabló amistades con personajes la jet set. En esos ambientes se desenvolvía como pez en el agua. Allí forjó su imagen de playboy. La revista “¡Hola!” dio fe de algunas de sus conquistas. Entre sus amores (reconocidos) figuraron Linda Christian (segunda mujer de Tyrone Power) y Teresita de Gante… Todavía hoy, ‘Cuchareta’ y su íntimo amigo Máximo Valverde —de trayectorias paralelas— suelen discutir cuando hablan de amores. “Él dice —asegura ‘Cuchareta’— que ha tenido más novias que yo, pero es mentira, yo le gano”.
Para un emprendedor como él, Marbella se convirtió un trampolín. La siguiente escala de sus andanzas fue Benidorm. Dirigió el “mesón Plaza”, encumbrándolo. Y, curiosamente, con el boxeador Urtain de relaciones públicas. ‘Cuchareta’ estuvo allí tres años. De vez en cuando, hacía un hueco para ir a torear…
“¡Claro que he ganado dinero!”, dice cuando se le pregunta por la rentabilidad económica de sus múltiples actividades. De repente, interrumpe un par de segundos la conversación, y luego agrega: “Gané porque tocaba muchos palillos, y sacaba un poco de aquí y un poco de allá. Hice dinero y también lo gasté. ¡Pero que me quiten lo bailao!”
En 1983 ideó la construcción del ‘Cortijo Cuchareta’, en la urbanización “Los Cortos” de Duruelo. Su sueño se hizo realidad en 1987. Lo inauguró Pilar de Borbón, hermana del rey Juan Carlos I. Allí se creó la Escuela Taurina de Segovia, un centro “muy fructífero”, del que salieron una decena de matadores y más de una docena de banderilleros. Pero el ‘Cortijo Cuchareta’, además de centro taurino, ha sido (y es) un complejo hostelero diseñado para acoger eventos. Entre ellos, infinidad de homenajes. El último, a Sancho Gracia. Ahora, lo gestiona una empresa de hostelería.
En su periplo, ‘Cuchareta’ también ha tenido tiempo de meterse a empresario de la construcción. Otra faceta del personaje más polifacético, al que vida le ha dado dos “cornadas” en los dos últimos años, de las que se todavía se está reponiendo. Ahora, jubilado, dice llevar una vida “muy tranquila”. “Espero que Dios me de unos años de paz, y que pueda ver una mejoría de la situación en España”, pide al cielo.
El hombre que más ha vivido no es el más años ha cumplido, sino el que más ha disfrutado de la vida, escribió el filósofo Rousseau. Y en el arte de disfrutar de la vida, ‘Cuchareta’ es un maestro.
Agonía del Polendos
Hubo un tiempo en el que los de Pinillos considerábamos un insulto a nuestro pueblo dar el tratamiento de “arroyo” al río Polendos. Quien tuviera ese atrevimiento menospreciaba a las raíces de todos los pinillenses. El Polendos era —y es— nuestro vecino más ilustre, el más respetado. Se lo ha ganado a pulso. Durante los últimos nueve siglos regaló vida a su entorno. Él fecundó estas tierras. Su protagonismo se perpetuó, sin atender épocas históricas. Cualquier vecino puede reseñar un sinfín de vivencias asociadas al Polendos. Yo mismo, si revuelvo entre mis recuerdos de niñez, me descubro viendo a mi abuela Gaudencia lavar la ropa en el río, mientras mi abuelo Bernardo intentaba entretenerme con los cangrejos que sacaba, a mano, del cauce. Ya de adolescente, aprendí a pescar en él y, como todos los de mi generación, también a nadar, en “el Bodón”. ¡Y cómo no acordarme de las ríofiestas disfrutadas siendo veinteañero!. El Polendos, siempre presente; digo.
Hace poco más de un mes, a finales de septiembre, me encaminé aguas arriba del Polendos, hacia la presa de Cabañas, en busca de moras, antaño muy abundantes por ese paraje.
Se me cayó el alma a los pies. El Polendos, mal que nos pese a los pinillenses, agoniza. Se ha convertido en una corriente de agua intermitente. En invierno su caudal no es escaso. Pero en verano se seca. La constatación de este hecho me produjo una honda tristeza. Éste no parece el Polendos que yo conocí.
Pero vayamos por partes.
La presa de Cabañas es hoy una ruina, prácticamente inaccesible por la maleza que rodea a esta vieja infraestructura, merecedora de su inclusión en el listado de bienes protegidos. Si se exceptúa la iglesia de San Pablo, la presa de Cabañas (y la cacera que desde ella parte) es la mayor obra pública construida jamás en Pinillos. No me extenderé en su historia, pero sí diré que el 3 de julio de 1742, los vecinos de Pinillos se reunieron “al son de campana tañida, como tienen por costumbre” para dar poder a sus dos alcaldes, Simón de Roda y Manuel Cuadrado, quienes realizaron seguidamente las gestiones oportunas ante el marqués de Quintanar para levantar esa presa. Sus dimensiones debían ser “sesenta pies en largo y cuarenta y cinco de ancho y diez y siete de alto”. 269 años después, no debemos permitir que desaparezca.
El estado de la presa no es el único problema. El cauce da pena verlo. “El Bodón” ya no existe como tal. La ausencia de agua en verano se ha llevado por delante a multitud de especies. No hay bermejas ni tampoco ranas. Por no quedar, no quedan ni siquiera los casquillos que utilizábamos como cebo natural para pescar.
¿Y qué decir de la ribera?. Necesita urgentemente una limpieza, siempre y cuando el personal encargado de la tarea actúe con sensibilidad medioambiental, respetando las joyas botánicas del Polendos —el grandioso chopo situado junto a “la Fuente” o el sauce de la parte de arriba de la presa de Cabañas, que requeriría de cuatro o cinco hombres para ser abrazado—, pero acometiendo un necesario desbroce. La profusión de arbustos ha derivado en el acenagamiento de un buen número de manantiales de los que bebieron, sin ningún temor, cuantos nos precedieron. Otro ejemplo. Tal es la abundancia de zarzas que se precisa de un buen rato para hallar la “Fuente del Moro”, una construcción pétrea todavía consistente.
No aspiro a que Rajoy y Rubalcaba debatan sobre el problema del Polendos, pero sí creo que las administraciones competentes (Junta y Confederación Hidrográfica del Duero, en especial) deben tomar cartas en el asunto, para revertirlo. Antes de que sea tarde y el Polendos se convierta solo en una bonita estampa de juventud.
Hace poco más de un mes, a finales de septiembre, me encaminé aguas arriba del Polendos, hacia la presa de Cabañas, en busca de moras, antaño muy abundantes por ese paraje.
Se me cayó el alma a los pies. El Polendos, mal que nos pese a los pinillenses, agoniza. Se ha convertido en una corriente de agua intermitente. En invierno su caudal no es escaso. Pero en verano se seca. La constatación de este hecho me produjo una honda tristeza. Éste no parece el Polendos que yo conocí.
Pero vayamos por partes.
La presa de Cabañas es hoy una ruina, prácticamente inaccesible por la maleza que rodea a esta vieja infraestructura, merecedora de su inclusión en el listado de bienes protegidos. Si se exceptúa la iglesia de San Pablo, la presa de Cabañas (y la cacera que desde ella parte) es la mayor obra pública construida jamás en Pinillos. No me extenderé en su historia, pero sí diré que el 3 de julio de 1742, los vecinos de Pinillos se reunieron “al son de campana tañida, como tienen por costumbre” para dar poder a sus dos alcaldes, Simón de Roda y Manuel Cuadrado, quienes realizaron seguidamente las gestiones oportunas ante el marqués de Quintanar para levantar esa presa. Sus dimensiones debían ser “sesenta pies en largo y cuarenta y cinco de ancho y diez y siete de alto”. 269 años después, no debemos permitir que desaparezca.
El estado de la presa no es el único problema. El cauce da pena verlo. “El Bodón” ya no existe como tal. La ausencia de agua en verano se ha llevado por delante a multitud de especies. No hay bermejas ni tampoco ranas. Por no quedar, no quedan ni siquiera los casquillos que utilizábamos como cebo natural para pescar.
¿Y qué decir de la ribera?. Necesita urgentemente una limpieza, siempre y cuando el personal encargado de la tarea actúe con sensibilidad medioambiental, respetando las joyas botánicas del Polendos —el grandioso chopo situado junto a “la Fuente” o el sauce de la parte de arriba de la presa de Cabañas, que requeriría de cuatro o cinco hombres para ser abrazado—, pero acometiendo un necesario desbroce. La profusión de arbustos ha derivado en el acenagamiento de un buen número de manantiales de los que bebieron, sin ningún temor, cuantos nos precedieron. Otro ejemplo. Tal es la abundancia de zarzas que se precisa de un buen rato para hallar la “Fuente del Moro”, una construcción pétrea todavía consistente.
No aspiro a que Rajoy y Rubalcaba debatan sobre el problema del Polendos, pero sí creo que las administraciones competentes (Junta y Confederación Hidrográfica del Duero, en especial) deben tomar cartas en el asunto, para revertirlo. Antes de que sea tarde y el Polendos se convierta solo en una bonita estampa de juventud.
Bendito paladar
En el corazón de Segovia, a escasas decenas de metros de donde el Acueducto penetra en la muralla, se encuentra la angosta calle Licenciado Peralta. Allí está el convento de la Purísima Concepción, cuya pequeña comunidad de concepcionistas franciscanas ocupa sus horas en cumplir con ejemplar esmero el ora el labora, principal precepto marcado por el iniciador de la vida monástica en Occidente, San Benito.
Desde que la Orden de la Inmaculada Concepción se estableció en la ciudad castellana, en el lejano año 1601, sus hermanas han orado de forma constante, con la única excepción de las horas de sueño. ¡De cuántos pecados se habrá redimido la humanidad gracias a esta callada y persistente obra!. En cuanto a tareas manuales, las concepcionistas franciscanas de Segovia se dedicaron, tradicionalmente, a bordar, hasta que los recientes cambios económicos y sociales redujeron al mínimo la demanda de trabajos de aguja. Surgió entonces, seguro que por inspiración del cielo, la idea de crear un obrador. Así nació “Repostería de la Inmaculada”. Por su minúscula tienda han pasado en los últimos años todos los segovianos, deseosos de llevar a sus casas “dulces celestiales”, entre los que figuran tartas de almendra, bollos de aceite, mojicones, paciencias…
La fama de la repostería elaborada por las concepcionistas franciscanas, aunque no deseada, trascendió de lo local. Y la televisión, ese gigantesco altavoz del mundo actual, se fijó en este humilde convento segoviano, provocando un auténtico fenómeno, el de que dos sencillas hermanas, sor Liliana y sor Beatriz, se convirtieran de la noche a la mañana, por obra y gracia de sus recetas, en las dos monjas más famosas de España.
En “Bendito Paladar”, uno de los programas más vistos de 13 TV, esta pareja de monjas de clausura ha ido regalando a los espectadores una maravillosa colección de recetas de cocina. Son platos fáciles y elaborados con ingredientes naturales. La sencillez de la vida diaria de las concepcionistas franciscanas se plasma, con total claridad, en su cocina. Se trata de entrantes, ensaladas, carnes, pescados, postres… de variadísima procedencia. Con el paso de los años, el convento ha ido formando un “gran recetario”, con aportaciones de cuantas hermanas han pasado por allí. Así, hoy se puede rastrear en las gastadas páginas de este libro huellas de la cultura culinaria de los cuatro rincones de España. Son, pues, platos tradicionales, pero cuyo secreto no radica en su antigüedad sino en su preparación. Y ahí, el amor es piedra angular.
No menos sorprendente que las recetas es su puesta en escena. Lejos de la parafernalia de cuantos cocineros inundan las cadenas de televisión, sor Liliana y sor Beatriz no actúan, cocinan. En armonía con los platos que proponen, ellas dos son totalmente naturales. No siguen un guión previamente redactado. Son espontáneas y graciosas. Y así, con esa autenticidad por bandera, han calado con rapidez entre los espectadores.
Con un programa de televisión, las concepcionistas franciscanas han obrado un gran milagro. En un mundo en el que nos empeñamos en poner a Dios cada vez más impedimentos para que entre en nuestras casas, “Bendito Paladar” se ha convertido en una extraordinaria vía de entrada de su mensaje hasta los corazones de los televidentes. ¿Y cómo ha sido así?. Las dos hermanas no se limitan a explicar, una tras otra, recetas. Su aparición en la pequeña pantalla brinda a sor Liliana y sor Beatriz una oportunidad para evangelizar. “Es lo que más nos interesa”, resumen ambas, al unísono. En cada programa dejan algún mensaje evangélico, tan escueto como nítido, consensuado con el resto de la comunidad durante el temprano desayuno. “Aunque parece que hoy da vergüenza hablar de Dios, lo cierto es que hay mucho hambre de Él”, sostiene sor Liliana. Las didácticas enseñanzas de las dos hermanas, con palabras sinceras, contribuyen a hacer meditar al espectador y a reconciliarle con el Creador.
La celebridad adquirida por el convento no ha hecho variar un ápice a las nueve monjas de la comunidad, siempre conscientes de la misión que, libremente, han elegido. La madre abadesa, sor Consuelo, ve en “Bendito Paladar” una forma de hacer apostolado que permita, ¡Dios lo quiera!, la llegada de nuevas vocaciones. “Nuestra vida –dice- consiste en alabar a Dios, en cantarle, pero si hay pocas voces el coro queda pobre”. Y añade: “Nuestro mayor deseo es tener un coro grande para alabar a Dios”. La invitación se dirige a mujeres jóvenes y valientes. Cada día, estas monjas de clausura se levantan a las seis de la mañana. Oran hasta las ocho, hora de la eucaristía; y tras el desayuno y aseo de la casa, van al obrador. Ya en horario vespertino, santo rosario, tiempo libre para leer y pasear, y vísperas. La cena es a las nueve y, para acabar la jornada, rezo de completas. “Es una vida muy tranquila y feliz”, asegura sor Consuelo.Lejos del mundanal ruido, la vida en el convento transcurre sin apenas sobresaltos. Si acaso, la llegada de las cámaras de televisión de 13 TV, con las que sor Liliana y sor Beatriz, se encuentran ya “muy cómodas” trastoca levemente el discurrir de las horas. Ahora, todo ese caudal de arte culinario y de espiritualidad, está en sus manos. ¡Buen provecho!. Para el cuerpo y para el alma.
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